Los Coppola, un imperio de talento (2024)

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A Sofía Coppola se le hace muy difícil admirar a alguien en la industria del cine. “Me quedo como un cervatillo cegado por las luces ante la obra de Edward [Ruscha] roo-Shay o con la música de Elvis Costello. Pero en cine, me es difícil porque me parecen parte de la familia”, asegura a EL PAÍS la realizadora californiana. No está tan lejos de la realidad porque en su caso muchos son familia. Desde su padre, el gran Francis Ford Coppola, pasando por su hermano Roman o su madre Eleanor, en todos ellos hay un director que marca tendencia. El primogénito, Gian-Carlo, murió demasiado pronto —en 1986 a los 22 años— para serlo, pero su hija Gia también incluye la palabra realizadora en una carrera multifuncional. Una familia donde también los hubo músicos, como el abuelo Carmine, o actores, como Nicolas Cage y Jason Schwartzman, primos de Sofía. Un clan bien extenso que, además, sabe hacer piña. Porque como dijo papá Coppola al celebrar el 45º aniversario de El Padrino, ver sus películas es una experiencia emocional. “Están llenas de familia”, argumentó el director repasando unos créditos con muchos de estos nombres.

Sofía Coppola se ríe porque sabe que es cierto. A su regreso de la última edición del Festival de Cannes, donde se convirtió en la segunda mujer galardonada como mejor realizadora con La seducción, su mejor recuerdo de esta meca del cine fue ese otro Cannes en el que cumplió 8 años mientras su padre presentaba Apocalypse Now! “Nuestros padres nos abrieron los ojos al mundo adulto”, asegura la que fue actriz en algunas de sus películas.

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Para Eleanor, la matriarca, los secretos tras la genialidad de los Coppola son los genes y la geografía. “Vivimos junto a unas montañas y pasaron muchos años hasta que pudimos ver televisión, con lo que desarrollamos nuestras propias historias”, aseguraba en junio a este periódico la última de los Coppola en tomar la cámara para rodar una historia de ficción con París puede esperar. Su película también estuvo inspirada en un viaje que hizo por Francia al acabar el Festival de Cannes. “Nuestra vida es muy diferente cuando estamos allí”, contaba. Sofía refrenda a su madre: “Todavía recuerdo el gigantesco canuto con el que se anunciaba en la playa Como el humo se va [1978], mientras yo apagaba las velas de mi octavo cumpleaños”.

Según Eleanor Coppola, en San Francisco sus vidas son más normales. Y eso le gusta a Sofía. Tras vivir en París ahora reside en Nueva York, pero California siempre le tira. Los Coppola siguen siendo una familia de buhoneros itinerantes por el mundo que disfrutan de su compañía, una buena pasta y un buen vino cuando se juntan. “Nos gusta la cultura de la comida”, se paladea Sofía. En la última reunión familiar se juntaron unos 100 entre hijos, los seis nietos, sobrinos, primos... “Francis prefiere socializar con los suyos”, asintió Eleanor. Es el momento en que se luce el director que cocina para todos sus famosos ñoquis con salsa de carne. La pasta con marisco, su otro plato, lo deja para la comida navideña, un clásico anual como asegura su hijo Roman. “Y si somos dos cocinará para cuatro”, describe de alguien dado a los excesos, en el cine o en la mesa.

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Eso sí, todos los Coppola son diferentes. Francis no solo tiene carácter mediterráneo, amante de la vida, sino que parece salido de una ópera, según describe su esposa. Sofía es más reservada. ¿El único consejo que su padre le dio como director? “Grita acción desde el diafragma”, le dijo. “Pero no te dejes engañar por Sofía porque es de hierro y consigue lo que quiere”, aclaraba su madre. Sin menospreciar todo lo que ella le enseñó, Sofía admite que siempre fue la princesa de papá. “Pero eso ocurre con todas las niñas, ¿no?”, se disculpa. ¿Y Eleanor? ¿Cómo es la mujer en el centro de este pozo de genialidad? “Con el éxito de El Padrino me convertí en alguien invisible. Pero pensé que o me amargaba o lo aceptaba como uno acepta su talla, sus pies, su color de pelo. Y eso me permitió canalizar mi propia creatividad”, resumió la matriarca.

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Los Coppola son más que una familia de artistas. Son también una marca. Su nombre lleva años asociado al negocio del vino, algo que alegra a Sofía. “Me encanta el vino así que no se me ocurre un negocio mejor”, reconoce quien fue criada entre viñedos. Para los que se acercan a sus fincas en el norte de California son más los productos que allí pueden adquirir. También están los restaurantes. Al café Zoetrope, en San Francisco, se le suman el recién abierto Werowocomoco, en Sonoma (California), dedicado a la comida indígena americana. Y los nombres de su familia están presentes en todos sus productos. El último ejemplo, la “Sofía Beach House”, el “último refugio modernista-tropical” que ofrecen los Coppola como parte de su resort vacacional de lujo en Turtle Inn en Belice.

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